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Otro rasgo fatal del cuadro de nuestras costumbres es la tendencia, cada dia más clara y más audazmente confesada, de una sensualidad que se desborda; la preocupacion de comer y de beber bien ha invadido á todos; la cocina tiene hoy sus periódicos como el salon, y los más acreditados publican de contínuo la lista de un menu variado y espléndido.
No se habla más que de salsas y de zumos, de entremets y de hors d'?uvre incitativos; el lujo de la mesa ha seguido la misma progresion que todos los otros; una comida es hoy un gran negocio que cuesta mucho dinero; ya no es permitido á nadie el dar de comer á sus amigos, sin ceremonias; el comedor se ha vuelto un campo cerrado como el salon; todas las rivalidades se encuentran allí y se libran una batalla: allí tambien se hace gala de ingenio y de magnificencia; allí tambien se lucha en excentricidad.
Se violenta el órden de las estaciones, se sirven primicias marchitas y costosas mucho tiempo ántes de que la naturaleza, que hace bien lo que hace, les dé madurez sabrosa; se sirve, más para los ojos que para el paladar, á la rusa, con una abundancia exagerada de cristales y luces, con surtouts de plata, de los cuales el precio podria pagar una aldea.
Se trae de todos los países el fondo mismo del festin: bien fácil sería dar una leccion de geografía en cualquiera de esas comidas, ó, más bien, recibirla del maestre-sala ó jefe de comedor, sólo con que él nombrase los platos presentes: el caviar viene de San Petersburgo; el sterlet, del Volga ó del Moldau; las lenguas de venado, de Noruega; los jamones, del condado de York; los mariscos, de Escocia; los faisanes, de Bohemia; los pollos, de Rusia; los lomos de oso, de los Alpes ó de los Pirineos.
Todavía queda el capítulo de las excentricidades: se cortan chuletas de una langosta y se presentan liebres asadas sin despojarlas de su piel: no hace muchos dias asistí á una comida que empezó por una sopa de nidos de golondrinas, traidos expresamente de China con este objeto; otro de los platos era un gigantesco pastel de corazones de palomas, que habia debido costar más dinero que el que necesitan seis familias indigentes, para alimentarse durante un a?o.
Los vinos no pueden quedarse detras de los manjares, ni como variedad ni como calidad; y como la produccion ha llegado á ser inferior al consumo, su valor ha ascendido á un extremo fabuloso.
Mas ?qué importa? ?Cuanto más caro cuestan estos vinos, más cantidad se desea beber! Y sin embargo, esta profusion ruinosa no puede ser agradable. El anfitrion que hace colocar diez copas delante de cada plato, no posee el verdadero sentido de las cosas; esos aromas distintos, y algunas veces opuestos, que es preciso saborear en un reducido espacio de tiempo, deben perjudicarse los unos á los otros; y sin embargo, los criados, pasando por detras de los sillones de cuero de Rusia que ocupan los convidados, van nombrando pomposamente el Montrachet des Chevaliers, el Clos-Vougeat del 54, el Johanisberg sellado del Príncipe, el Tockay de Esterhazy, el Chateau Larose y el Chateau Iquem.
Estas bebidas, dignas de las mesas de los reyes, se suceden en un opulento desórden; el caso es deslumbrar á los convidados, que envidian no poder hacer otro tanto. ?Qué importa el precio de esta satisfaccion?