Un libro para las damas
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Chapter 4 No.4

Entre las mil torturas que afligen á la mujer, que martirizan su corazon, que amargan su vida, hay algunas que ella misma se inventa por la actividad de su fogosa imaginacion, por la extremada debilidad de su espíritu, ó por efecto de su educacion descuidada.

De los más amargos dolores que se crea, son la envidia y los celos.

Los celos, dardo emponzo?ado y forjado por el infierno.

La envidia, sierpe venenosa, que roe el corazon de que se posesiona, hasta dejarlo vacío como un sepulcro.

La envidia nace de la peque?ez del alma; los celos, de la gran sensibilidad del corazon.

Suele vituperarse á una persona que tiene celos, pero se la compadece siempre.

Una persona envidiosa solamente inspira desprecio, y todo lo que en su favor alcanza, es una lástima desde?osa.

Los celos engendran el ódio; pero en cuanto el celoso es feliz, compadece á la persona sobre la cual ha triunfado.

La envidia no conoce la compasion; el envidioso quisiera que el mundo entero fuera desgraciado, para reunir él todas las riquezas y todas las prosperidades.

Los celos se sienten únicamente cuando un amor grande, inmenso, llena el corazon.

Si causa dolor el que la persona que los inspira sea bella, rica y esté dotada de relevantes cualidades, es tan sólo porque estas ventajas conquistan el amor que el infeliz que los siente quisiera para sí.

Los celos ambicionan amor.

De todo lo demas, ni siquiera se acuerdan.

            
            

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