Un libro para las damas
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Chapter 10 No.10

Juana, su madre y su novio, desembarcaron del ómnibus á la entrada de la pradera, donde la animacion rayaba en frenesí; por entre las dilatadas calles formadas con los toldos de las tiendas y llenas de puestos de rosquillas, de frutas, de telas, de juguetes, de fondas, de botijos llenos de leche del inmediato pueblo de las Navas, y de confiterías ambulantes, bullia una muchedumbre inmensa: el pueblo, engalanado con sus mejores trajes, se mezclaba con las damas más opulentas, con las hijas de la aristocracia, que, vestidas de percal, habian ido á dar una vuelta: la ermita despedia sin cesar ole

adas de gente, y á la espalda, al derredor de la fuente, la muchedumbre se api?aba para beber el agua bendita: las fondas estaban ya llenas; en los salones de baile, formados con viejos tapices y cortinas, sonaban las músicas; los caballos de madera del Tio Vivo volteaban llenos de retozonas parejas; los vendedores gritaban para animar la venta, que por cierto ya no podia estar más animada: como dice un excelente escritor espa?ol contemporáneo: ?Los ejércitos de Jerjes, Tamerlan y Napoleon, reunidos y con ayuno de tres dias, no devorarian ni beberian de seguro lo que en la pradera se bebe y se devora el 15 de Mayo de cada a?o; podríanse edificar torres de pan, ciudadelas de rosquillas y bollos del inmediato pueblo de Fuenlabrada; castillos de chuletas: pirámides de frascos de licor, de dulces, asados y otros artículos de fonda y repostería; formaríanse arroyos de aguardiente, rios de licores y océanos de vino. Cada tenducho al aire libre, cada barraca mal cubierta, cada fonda improvisada de lienzos, palos, esteras ó tablas, con pretensiones artísticas algunas de ellas, ostenta ya al lado, ya sobre la techumbre, abigarradas banderolas, y en su parte anterior aparadores más ó ménos surtidos, así de comestibles y bebidas como de santos y figuras de barro, madera y plomo. ?Qué pueblo, qué país no envidian nuestras romerías, y en particular la de San Isidro en Madrid? Hasta los franceses, que son gente de broma, se quedan con la boca abierta contemplando tan bello espectáculo: nada dirémos de los alemanes y de los ingleses, cuyas fiestas populares son, en comparacion de las nuestras, fiestas de difuntos.?

Juana, su madre y su novio, aunque acostumbrados de todos los a?os á ver este espectáculo, quedaron contemplándole llenos de admiracion.

--?Mire V. cuánto coche, se?ora Pepa! dijo el zapatero, airoso jóven que vestia pantalon ajustado color de rata, chaqueta de pa?o fino azul, sombrero hongo y camisa con chorrera.

--?Y de qué distintas figuras! observó la buena mujer, colocándose bien en el brazo una cesta de mimbres que llevaba cubierta con una blanca servilleta, y que contenia el almuerzo de los tres, preparado la noche anterior.

Con efecto: en la falda de la pradera se veia una nube de carruajes que iban y venian en todas direcciones: veíanse en revuelta confusion la opulenta carretela, la tartana oriunda de Valencia, el fiacre, el vivaracho tres por ciento, la pesada galera, el carromato perezoso, el ómnibus que se asemeja á una barca veneciana, el coche de principios del siglo, semejante á un castillo gótico medio arruinado, y la calesa clásica del a?o ocho, pintarrajeada, retozona y saltarina, ocupada por un matrimonio jóven ó por una amante pareja del barrio de Lavapiés.

--Madre, dijo Juana: ?mire V. en aquella carretela azul con caballos oscuros á la se?orita Julia con el se?or Marqués! ?Mírala, Antonio, qué guapa viene! Trae vestido lanilla de rayitas blancas y azules, sombrero de paja y sombrilla azul. ?Verdad que es muy bonita?

--?Más lo eres tú! respondió el zapatero mirando á su novia tiernamente.

--?Quita allá, zalamero! dijo Juana dejando, no obstante, asomar á sus ojos la alegría que llenaba su corazon, por aquella amorosa respuesta.

            
            

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