Chapter 5 No.5

La justicia de una causa es deslucida muchas veces por la ignorancia y el exceso en la manera de pedirla.

Al que se cría para toro no puede exigirse que salga ángel: y el obrero, no educado en finezas mentales, ni dispuesto, por lo que sufre y ve, a dulzuras evangélicas, cuando tiene que decir o hacer lo dice o hace a manera de obrero; si es conductor de carros, con guantes de cuero; si es zapatero, con lezna; si es herrero, con martillo.

Sólo son bellos, en hombre y en mujer, los vestidos que siguen la línea humana.

En política se puede una vez que otra ser sincero y honrado.

Las gentes de dinero, iglesia y milicia se preocupan más en acumular medios de ataque contra los humildes que van subiendo, que en descabezar sus iras poniendo honrado remedio a sus legítimas angustias.

Nada excita tanto a la violencia como el desafío y la preparación prematura contra la justicia.

Es digno del cielo el que intenta escalarle.

Sólo los que han bregado cuerpo a cuerpo con la verdad, para reducirla a la frase o al verso, saben cuánto honor hay en ser vencido por ella.

Cada hombre trae en sí el deber de a?adir, de domar, de revelar.

Los artistas jóvenes hallan en el mundo una pintura de seda, y con su soberbia grandiosa de estudiantes quieren un artesano de tierra y de sol.

Es, por esencia, trascendental el espíritu humano.

Toda rebelión de forma arrastra una rebelión de esencia.

El egoísmo levanta a los pueblos y los pierde.

Hombres haga quien quiera hacer pueblos.

Todas las grandes ideas de reforma se condensan en apóstoles y se petrifican en crímenes, según en su llameante curso prendan en almas de amor o en almas destructivas.

Unos están empe?ados en edificar y levantar: otros nacen para abatir y destruir.

?Tiene tanto el periodista de soldado!

El arte de escribir ?no es reducir?

El mejor modo de mantener al vencido en el estado de espíritu necesario para vencer, es mantenerse en pie, ante él, como vencedor.

La guerra se hizo, cualquiera que fuese su pretexto, para acabar con la esclavitud.

El odio político no duerme y se complace en afear toda hermosura.

La libertad debiera ya tener su arquitectura.

Toda cortesía es útil, y no hacen mal esos dulces enga?os.

El hombre se siente consagrado en los ancianos.

En un mero soldado la rapi?a puede ser natural; pero todo atentado contra el derecho, en tierra propia o ajena, es crimen en un hombre de pensamiento.

Sólo las madres, siempre benévolas, saben la tarea que el ni?o puede soportar sin fatiga.

El carácter impera.

La elocuencia brilla.

El que sabe dominar las pasiones ajenas o tiene grandes las propias, es guía natural de los hombres, aunque efímero, a menos que la virtud no lo posea; pero el que al fin triunfa, no es el que enciende y desata las pasiones, sino el que sabe reprimirlas.

Nada hace padecer tanto a un hombre virtuoso, ni le pone más cerca el juicio de la ira, que ver interpretadas por la malignidad o el interés sus intenciones.

Sólo merece gobernar a los pueblos quien tiene menos flaquezas que ellos.

Las piedras del odio, a poco de estar al sol, hieden y se desmoronan, como masas de fango.

Los presidentes son para unir, no para dividir.

El hombre lleva en sí lo que lo pierde, que es el interés, y lo que lo redime, que es el sentimiento.

Trabaja inútilmente, porque será vencida, esa generación pueril de filoclastas que anda, por esclavitud de la moda, con traje de cinismo.

La inteligencia tiene sus petimetres, que son los que toman a pecho cualquier novedad que sale de las sastrerías, y sus verdaderos elegantes, que son los que llevan sus vestidos de modo que siempre están bien, porque no acatan ninguna exageración y siguen la gracia natural del cuerpo.

Mal va un hombre cuando no le da un vuelco el corazón al leer o presenciar un acto heroico.

Se nota en el lenguaje de los negros cultos un dejo de desolación que mueve a echarles los brazos.

La riqueza es al fin una patria, cuando no se la tiene propia.

El hombre debe dormir alguna vez al aire, desafiar la lluvia, manejar las armas que defenderán ma?ana la tierra patria o el derecho, de velar al pie de algo más que un mostrador o una ventana.

El dolor es la sal de la gloria.

Todo se afina, se purifica y crece.

?Para qué, sino para poner paz en los hombres, han de ser los adelantos de la ciencia?

Por un lado es ala el hombre, que mira al cielo; y por el otro es hocico, clavado en la tierra: hay que empujar perennemente el ala.

Cada época se pone en una fiesta que la representa y refleja sus ideales.

Jamás llegaron a fiesta pública, fuera de aquéllos que la pasión exagera y deshace, sino aquellos sentimientos potentes que de vez en cuando, como energías volcánicas, levantan los pueblos, y quedan para siempre visibles en ellos, como los montes en la tierra.

Es moda nueva, de esmalte, moda de puro barniz, suponer que los accidentes de educación y clima puedan alterar la esencia de los hombres, iguales en todas partes, salvo lo que les pone, o lo que no les ha puesto, la vida acumulada de las generaciones.

Para conocer a un pueblo se le ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones: en sus elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles, en sus poetas y en sus bandidos.

Los pueblos son como los obreros a la vuelta del trabajo: por fuera cal y lodo, pero en el corazón las virtudes respetables.

Por sobre las razas, que no influyen más que en el carácter, está el espíritu esencial humano, que los confunde y unifica.

El pudor del hombre está en la mente, y se ha de llegar con él incólume a los ochenta a?os.

Reproducir no es crear, y crear es el deber del hombre.

La palabra sincera huye, como ni?a decorosa, de los comedores venales.

El aire ha de estar lleno de almas desinteresadas y amigas.

Como la derrota consume, el éxito robustece.

En la arquitectura, como en todas las artes, el modo más seguro de matar el efecto es rebuscarlo.

            
            

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