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Granos de oro

Granos de oro

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Granos de oro by Rafael Argilagos

Chapter 1 No.1

En la cruz murió el hombre en un día; pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días.

El dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás.

Dios existe en la idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser, y deja en el alma que se encarna en él una lágrima pura. El bien es Dios. La lágrima es la fuente de sentimiento eterno.

Cuando todo se olvida, cuando todo se pierde, cuando en el mar confuso de las miserias humanas el Dios del tiempo revuelve algunas veces las olas y halla las vergüenzas de una nación, no encuentra nunca en ellas la compasión y el sentimiento.

La honra puede ser mancillada. La justicia puede ser vendida. Todo puede ser desgarrado. Pero la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga jamás.

Sufrir es morir para la torpe vida por nosotros creada, y nacer para la vida de lo bueno, única vida verdadera.

Sufrir es más que gozar: es verdaderamente vivir.

El que sufre por su patria y vive para Dios, en este u otros mundos tiene verdadera gloria.

Todas las grandes ideas tienen su gran Nazareno.

La fraternidad de la desgracia es la fraternidad más rápida.

Ninguna pluma que se inspire en el bien, puede pintar en todo su horror el frenesí del mal.

Cuando todos los pueblos van errados; cuando, o cobardes o indiferentes, cometen o disculpan extravíos, si el último vestigio de energía desaparece, si la última, o quizás la primera expresión de la voluntad guarda torpe silencio, los pueblos lloran mucho, los pueblos expían su falta, los pueblos perecen escarnecidos y humillados, y despedazados, como ellos escarnecieron y despedazaron y humillaron a su vez.

La idea no disculpa nunca el crimen y el refinamiento bárbaro en el crimen.

Si los dolores verdaderamente agudos pueden ser templados por algún goce, sólo puede templarlos el goce de acallar el grito de dolor de los demás. Y si algo los exacerba, los hace terribles, es seguramente la convicción de nuestra impotencia para calmar los dolores ajenos.

El espíritu es Dios mismo. Y ?cuán descarriados van los pueblos cuando apalean a Dios!

No graba cincel alguno como la muerte los dolores en el alma.

Cuando se ha matado, cada día es de duelo, cada hora es de pavor, cada ser que vive es un remordimiento.

Cuando se ha visto morir, cada recuerdo es una lágrima, y son todas las horas, horas de amor para los que murieron, horas de fe y de esperanza para los que aún luchan en la vida.

Hay un límite al llanto sobre la sepultura de los muertos, y es el amor infinito a la patria y a la gloria que se juraba sobre sus cuerpos, y que no teme ni se abate ni se debilita jamás-porque los cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra.

Las madres son amor, no razón; son sensibilidad exquisita y dolor inconsolable.

Es ley de los buenos ir doblando los hombros al peso de los males que redimen.

?Los redimidos, allá en lo venidero, llevarán a su vez sobre los hombros a los redentores!

Mal puede luego alzarse a hombre el que se educa como a siervo mísero.

Amigos fraternales son los padres: no implacables censores.

Fusta recogerá quien siembra fusta: besos recogerá quien siembra besos.

La única ley de la autoridad es el amor.

Nunca deben los padres abandonar a otros el molde a que acomodan el alma de sus hijos.

Es doble manera de hacer el bien, dar pan al cuerpo y darlo al alma.

Amar puramente es redimirse de terribles sue?os.

Amar no es más que el modo de crecer.

Amado será el que ama.

Es ley que las frentes más altas y limpias atraigan sobre sí las piedras que se mueven siempre en las manos débiles o envidiosas.

Merecer la confianza no es más que el deber de continuar mereciéndola.

?No cabe honor en dejar morir, sin defensa, a aquellos cuyo triunfo nos preparamos, sin embargo, a aprovechar!

El que sabe desde?ar su vida, sabrá siempre honrarla.

Los caudillos nuevos han aprendido de los viejos a pertrecharse de recursos en las bandoleras enemigas.

El deber debe cumplirse sencilla y naturalmente.

El hijo odiará lo que odió el padre.

Las fuerzas que se pierden en lágrimas, hacen falta después para el ardimiento y empuje de la sangre.

Suele el miedo, natural consecuencia de la culpa, animar con color enfermizo las mejillas.

Sólo las virtudes producen en los pueblos bienestar constante y serio.

Tenemos que pagar con nuestros dolores la criminal riqueza de nuestros abuelos.

El espíritu de los muertos pasa a alentar el alma de los vivos.

?Qué miserable vida la del que concibió un alto empe?o, y muere sin lograrlo!

?Se sale de la tierra tan contento cuando se ha hecho una obra grande!

La sangre de los buenos no se vierte nunca en vano.

Un mal no existe nunca sin causa verdadera.

Ya se han cansado nuestras frentes de que se tome sobre ellas la medida de los yugos,-aunque hay frentes que no se cansan de esto nunca.

Los pueblos que han sido muy criminales, necesitan, para ser felices, lavar con alta grandeza sus pasados crímenes.

Debe hacerse en cada momento lo que en cada momento es necesario.

Aplazar no es nunca decidir.

Adivinar es un deber de los que pretenden dirigir.

Para ir adelante de los demás, se necesita ver más que ellos.

Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones.

La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio.

Cuando un mal es preciso el mal se hace.

Es menester más valor para sufrir la befa de los déspotas que para arrostrar su empuje en los combates.

Hay gritos que resumen toda una época.

La cesasión de un hecho sólo se determina por la cesasión de las causas que lo produjeron.

A todo cejarán los tristes presos, menos a la ancha puerta que se abre para acelerar su libertad.

El hombre ilustrado padece en la servidumbre política más que el hombre ignorante en la servidumbre de la hacienda.

El dolor es vivo a medida de las facultades del que ha de soportarlo.

Los grandes derechos no se compran con lágrimas sino con sangre.

Las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes.

Los hombres de fuerza original sólo la ense?an íntegra cuando la pueden ejercer sin trabas.

Mejor sirve a la patria quien le dice la verdad y le educa el gusto, que el que exagera el mérito de sus hombres famosos.

Azuzar es el oficio del demagogo, y el del patriota es precaver.

Los servicios pasados apenas son más que la obligación de prestarlos mayores en lo venidero.

A la patria no se le ha de servir por el beneficio que se pueda sacar de ella, sea de gloria o de cualquier otro interés, sino por el placer desinteresado de serle útil.

Ni hay hombres más dignos de respeto que los que no se avergüenzan de haber defendido la patria con honor; ni sujetos más despreciables que los que se valen de las convulsiones públicas para servir, como coquetas, su fama personal o adelantar, como jugadores, su interés privado.

La patria necesita sacrificios. Esfera y no pedestal. Se la sirve, pero no se la toma para servirse de ella.

La revolución es algo más que una de las formas de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas de hostilidad esencial, para que en el choque súbito se depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida los factores opuestos que se desenvuelven en común.

La palabra ha caído en descrédito, porque los débiles, los vanos y los ambiciosos han abusado de ella.

No es lícito ocasionar trastornos en la política de un pueblo, que es el arte de su conservación y bienestar, con la hostilidad que proviene del sentimiento alarmado o de la antipatía de raza. Pero es lícito, es un deber, inquirir si la unión de un pueblo relativamente inerme con un vecino fuerte y desde?oso, es útil para su conservación y bienestar.

?Cuándo se ha levantado una nación con limosneros de derechos?

La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie.

En propagar después del sacrificio el culto de los que supieron inmolarse, hay más honra que en haber ostentado en el sombrero, durante la inmolación, la cinta de hule de los sacrificadores.

El arrepentimiento es un modo de entrar en la virtud.

Hay un campo en que los hombres se dan las manos, que es el de la honradez, donde se respeta, y aun se ama por su virtud, a los adversarios constantes y veraces.

Al hombre honrado no le asusta morir en la oscuridad en el servicio de la patria.

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