Bajó a los Campos Elíseos, mascando un cigarro apagado, viéndolo todo color de fuego.
Veinte minutos después entraba al Círculo y encontrábase allí con algunos de los convidados de la ma?ana; entre otros a los se?ores de Monthélin y Hermany. Encerrose con ellos en un saloncito reservado. Díjole que se consideraba ofendido por la actitud observada por el se?or de Lerne en casa de Diana Grey, por su afectación en hablar en inglés, durante el almuerzo, sabiendo, como sabía, que él, el due?o de la casa, no entendía aquel idioma, y finalmente, por su conducta en general, impertinente y provocadora.
Los se?ores de Monthélin y Hermany, perfectos caballeros, aunque algo les faltara, no hicieron observación alguna contra la poca importancia de los cargos, comprendiendo que era únicamente un pretexto para ocultar otros más serios y legítimos.
El se?or de Maurescamp a?adió: que tenía por sistema terminar tal clase de negocios lo más pronto posible, para evitar la publicidad, y, sobre todo, la intervención tan terrible de las se?oras. Rogó, por consiguiente, a aquellos se?ores que fuesen inmediatamente a verse con el se?or de Lerne, y arreglasen aquel asunto que confiaba a su amistad.
El se?or de Monthélin manifestó que su duelo con de Lerne le inhibía de aceptar la misión que quería confiársele. En consecuencia, el se?or de Maurescamp pensó en otro de sus amigos, el se?or de la Jardye, igualmente miembro del Círculo, y a quien Hermany fue a buscar en una sala contigua. El se?or de la Jardye gustaba mucho de las ocasiones que le permitían darse importancia. Trató, sin empe?o alguno, únicamente por la forma, de hacer oír algunas palabras conciliadoras; pero había sido de los que asistieron al almuerzo de Diana Grey, y acabó por declarar, que puesto que le tomaban su parecer, su opinión era que en aquella ocasión habían pasado al se?or de Maurescamp cosas muy difíciles de tragar, y por consiguiente, estaba a las órdenes del se?or de Maurescamp.
Mientras tanto, el se?or de Lerne se hallaba muy lejos de imaginarse la fiesta que le armaban. Paseose tranquilamente por el bosque, según su costumbre, y a las diez entró en su casa. Encontrose con las tarjetas de la Jardye y Hermany bajo un sobre cerrado, con estas palabras escritas con lápiz:
?Venidos por asuntos personales del barón de Maurescamp.-Tendrán el honor de volver a las diez y media.?
No tuvo que reflexionar mucho para adivinar de lo que se trataba. Aunque ignoraba las infames palabras de Diana después de su partida, no había escapádosele la irritación de Maurescamp durante el almuerzo, y diose cuenta inmediatamente de la verdad de la situación. Maurescamp aprovechaba aquel primer pretexto que se le presentaba para satisfacer su odio de marido celoso, sin comprometer a su mujer.
Nada tenía que decir a esto. Escribió a sus amigos Julio de Rambert y Juan de Evelyn, inglés este último; hizo llevar las cartas inmediatamente y tuvo el gusto de verlos llegar algunos minutos después de haber recibido a Jardye y Hermany.
Dejó solos a los cuatro testigos y permaneció a su disposición en la pieza contigua.
El asunto era de los que no se disputan largo tiempo, porque todos los interesados saben que bajo motivos ostensibles se oculta otro, que es el verdadero, y que por común acuerdo todos saben que no puede ser discutido ni contestado. A los agravios alegados por los se?ores de Jardye y Hermany en nombre del barón, los se?ores Rambert y Evelyn contestaron en el de su cliente, que tales agravios eran imaginarios, pero puesto que el se?or de Maurescamp se consideraba ofendido, el se?or de Lerne, no podía dejar de inclinarse ante su apreciación. Los se?ores de Maurescamp y de Lerne, deseaban, a más de eso, que el asunto terminase lo más pronto posible, para evitar la publicidad.
En cuanto a la elección de las armas, los testigos del se?or de Lerne no estuvieron menos conformes. Jacobo les había confiado bajo el sello del secreto algo muy delicado. En principio habíales dicho: ?Acepto la espada, lo acepto todo; pero vosotros sabéis que fui herido en el brazo derecho, cuando mi duelo con Monthélin; a consecuencia de esta herida, tengo un poco de debilidad en este brazo; es poca cosa, y tal vez depende del estado de la temperatura, pero, en fin, tal vez no me moleste en el terreno. No puedo valerme de este pretexto porque es visible. Me ven tocios los días tocar el piano con mano firme, y podrían creer que invento una escapada para librarme de la tizona de Maurescamp, que tira muy bien. Pero si podéis obtener la pistola, por medio de algún argumento honorable, sería muy conveniente para mí.?
Esforzáronse, en consecuencia, en demostrar a los testigos de Maurescamp, que, planteada como estaba la cualidad de ofensor y ofendido, quedaba en realidad dudosa entre los combatientes. La provocación dirigida por Maurescamp al se?or de Lerne, a causa de un incidente cuya futilidad no podía desconocerse, ?no tenía en sí un carácter excesivo que se asimilaba a una verdadera agresión? Parecíales entonces justo y conveniente que la elección de las armas recayese en aquel que había sido provocado, hasta cierto punto gratuitamente, o a lo menos que la elección se librase al azar. Los se?ores de la Jardye y Hermany contestaron con fría urbanidad, que no podía cuestionarse seriamente aquella transposición de papeles, en tan desgraciado asunto, y que la negativa persistente en reconocer los derechos de su cliente a su calidad de ofendido, equivalía por parte del se?or de Lerne a una acusación de reparación, que no podía de ninguna manera entrar en sus intenciones. Los se?ores de Rambert y Evelyn no creyeron deber insistir más.
Discutiose mucho después sobre si los testigos del se?or de Lerne obraban bien o mal.
Unos pretendían que, estando impuestos de su enfermedad, por ligera que fuese, no podían permitir el combate, en condiciones evidentemente desiguales: otros, más competentes, según parece, tienen como primer deber que observar religiosamente las instrucciones de su mandato, que les confía, en primer lugar, su honor, en segundo lugar su vida.
Fue, pues, convenido que el combate sería a espada y que a la ma?ana siguiente se encontrarían a las tres de la tarde, en Soignies, sobre la frontera belga.
Jacobo oyó sin emoción aparente el resultado de la conferencia; agradeció a aquellos se?ores sus buenas intenciones y sus esfuerzos; díjoles alegremente que esperaba salir bien, a pesar de esto, y dioles cita para la ma?ana siguiente a las siete en la estación del Norte.
Así que se quedó solo, tomó un aire serio justificado por las circunstancias. Por un sentimiento de delicadeza muy natural, pero excesivo, no había querido confesar ni aun a sus amigos el verdadero estado de su brazo herido: la verdad era que todo ejercicio violento, y sobre todo el de la esgrima, determinaban en aquel desgraciado brazo un malestar y un entorpecimiento que debían dar una gran ventaja a un tirador tan consumado como el se?or de Maurescamp. El se?or de Lerne pensó en esta circunstancia, con entereza, pero, aunque no se sintiese intimidado, ni se creyese un hombre muerto, no dejó de conocer, que iba, sin embargo, a afrontar un gran peligro.
Hizo sus disposiciones, en consecuencia. Por fortuna, su madre pasaba aquel día en el campo, amábala, aunque había sufrido mucho por ella; y considerose feliz en que la casualidad le evitase la contrariedad de su presencia. Pero faltábale pasar aquella misma noche por otra prueba tan dolorosa, o tal vez mayor que aquélla. La se?ora de Hermany daba un gran baile, y hacía mucho que habían convenido entre él y Juana encontrarse en él. Esa misma ma?ana habíanse renovado la promesa en el bosque.
Por más de una razón vio de Lerne que no podía dejar de ir al baile. Creía que su ausencia inquietaría a Juana si por acaso hubiesen llegado a sus oídos los rumores de duelo; su presencia y actitud la tranquilizarían. Pero, ante todo, parecíale que el buen nombre de su amiga le imponía aquel sacrificio heroico, y, a más, el se?or de Maurescamp había tomado a su querida y no a su mujer como pretexto. Creyó, pues, que el mejor medio de asociarse a sus intenciones, y desconcertar al público, era mostrarse esa noche con la se?ora de Maurescamp en los mismos términos de siempre. Aunque haciendo un gran esfuerzo, hízolo como un deber de delicadeza.