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rivales
Cuando Pierrepont abandonó el castillo de los Genets en las circunstancias que acabamos de describir, hacía ya más de doce días que Fabrice también se hallaba de vuelta en París, súbitamente llamado por una indisposición de su hija Marcela, indisposición que dio cierto cuidado a las Hermanas de Auteuil, en cuyo instituto educábase la ni?a. La baronesa había visto con muy malos ojos la partida del pintor, por cuanto así se aplazaba indefinidamente la terminación de su retrato, de que ella, a justo título, se sentía no sólo cumplidamente satisfecha, sino hasta orgullosa, porque en él se veía, cual si se mirara en su espejo, con un no sabía qué de algo más que ese pícaro espejo le rehusaba obstinadamente, habiendo tenido el artista la galante condescendencia de otorgárselo.
Al día siguiente de su llegada a París escribió Fabrice a la baronesa que había encontrado a la ni?a restablecida, mas que le era forzoso prolongar la ausencia en dos o tres semanas, a fin de dar a la convaleciente, antes de volverla a la pensión, las distracciones que reclamaba su estado. Testigo Pierrepont del vivo descontento que causaba a su tía paréntesis tal, le sugirió la idea de apresurar la vuelta del pintor a los Genets haciéndolo acompa?ar de la enfermita, quien con los puros aires del campo lograría más pronto restablecimiento. Aunque gru?endo un poco, concluyó la se?ora de Montauron por dar el beneplácito, y como Pedro tuviera que pasar por París para ir a embarcarse en Boulogne, fue el encargado de trasmitir la invitación a Fabrice.
Cuando el marqués anunció a este amigo su viaje a Inglaterra, donde debía permanecer varias semanas, no pudo el artista dominar su extremada sorpresa.
-Pero, ?y tus proyectos de matrimonio?-le preguntó.
-Mis proyectos de matrimonio, querido Jacques, han ido a juntarse con las nieves de anta?o... El casamiento visto a la distancia se me había presentado como a otros hombres de mi edad bajo aspectos muy halagüe?os... Pero, a medida que me aproximaba, fue tomando tales formas de esfinge y de quimera, que he acabado por desalentarme... Cuando he encarado de frente los inconvenientes, me he convencido de que no puedo vencerlos con mis medios... Rehuso, pues, y recobro mi libertad.
-Y tu tía, ?qué dice?
-Mi tía... tiene paciencia... pero a ti te reclama a voz en grito, y para anticiparse a cualquier objeción te ruega que vayas con Marcelita, que hará allí buena provisión de salud corriendo en los bosques.
Aunque demostrando su agradecimiento, manifestó Fabrice dudas y empacho en admitir las ofertas de la baronesa. Pedro insistió: se pondría a la ni?a una doncella, con el exclusivo objeto de que la cuidase; el médico iría a verla diariamente... En fin, el artista, pareciendo tomar con esfuerzo una resolución ingrata, preguntó a Pedro si podía concederle media hora de atención para escucharlo.
-?Media hora!... y una... cuantas quieras.
-Siéntate, entonces-le dijo Fabrice mostrándole un ancho diván que ocupaba uno de los ángulos del taller. Sentóse Jacques junto al marqués y comenzó así su diálogo, con voz turbada:
-Voy a ser sin duda indiscreto... Pero, ?debo entender que, según me has dicho, abandonas los Genets libre de todo compromiso y aun toda idea que se refiera a matrimonio? ?He comprendido bien?... ?Es así?
-Has comprendido bien... así es.
-?Pues bien!... me sorprendes... yo hubiera jurado que amabas a la se?orita de Sardonne, y aun que pensabas casarte con ella.
-?Singular idea!...-dijo fríamente Pierrepont-. No, te equivocas; conozco a la se?orita de Sardonne desde su ni?ez y le tengo cierto afecto... Eso es todo... Sabes, además, que mi fortuna es escasa y que ella nada tiene... un matrimonio entre los dos sería una locura.
-Puesto que ahí están las cosas, voy a hacerte una franca confidencia. En la misma carta que se me participó que mi hija estaba indispuesta, se me decía también que ya se hallaba restablecida, y no hubiera regresado a París si no hubiese creído que debía aprovechar la ocasión para poner a mis relaciones de amistad con Beatriz un punto final. Quería romper, si ya era tiempo, la fascinación que sobre mí ejercía, considerándola no sólo peligrosa para mi reposo, sino, lo que es más, desleal hacia ti.
-Esos escrúpulos son dignos de tu caballerosidad, maestro queridísimo, pero son infundados... y si abrigas, como me parece comprenderlo, proyectos acerca, de la se?orita de Sardonne, no tienes que temer, te lo repito, ninguna rivalidad por mi parte.
-Me dispensarás que te diga, caro marqués, que tus explicaciones no me satisfacen... La se?orita de Sardonne es casi de tu familia, y nuestras conexiones de amistad son tales que no podrían abandonarme a mis proyectos acerca de aquella joven sin obtener de antemano tu aprobación.
Pierrepont se inclinó con gravedad, y prosiguió Fabrice:
-Pero antes de darlo es preciso que conozcas mis sentimientos... Fórmanlos elementos bastante heterogéneos... unos un tanto honrosos... otros que lo son menos... Juzga con tu propio criterio... Puedo jurarte que en mis relaciones cotidianas con Beatriz, ya en el salón de tu tía, ya durante nuestras diarias lecciones de acuarela, me sentía a cada, instante más influído por la simpatía, la estimación y el respeto que aquélla me inspiraba; así como por su conducta y dignidad en soportar sus sufrimientos, porque es imposible hacer cara a la desventura con más altiva resignación; es imposible mantener con mayor decencia ni mayor decoro una situación tan ambigua, delicada y peligrosa... Podría también jurarte sin remordimientos que la idea de rescatar a aquella noble criatura de la especie de abismo a que el infortunio la ha arrojado, ha tenido en mis determinaciones parte muy principal, porque hay en esa idea atractivos infinitos... Pero, en fin, ante todo y desde el primer momento ha sido su hermosura la que me ha conquistado. Acabas de decirme que conoces a la se?orita de Sardonne desde su infancia, y sin duda por eso, por el hastío que engendra el hábito, no te das cuenta de cuan grande es su belleza... ?Oh! ?es fascinadora!... Tiene el puro, serio, y un tanto trágico, encanto de Urania... y de Musa también; es su voz, armoniosa y grave; encanta oírla leer; durante nuestras sesiones para pintar el retrato de la baronesa, mil veces me ha asaltado la loca idea de traerla a mi casa para hacerla el hada de este taller en que nos encontramos... que por la magia de su presencia resplandecería cual otro paraíso... Si hubiese conocido a la se?orita de Sardonne en la alta posición social en que nació, todo eso no habría pasado de un ensue?o pasajero de artista... uno de esos ensue?os que con tanta frecuencia nos asaltan... porque nosotros somos generalmente muy aristócratas en nuestros amores... La mitad de nuestra vida la pasamos por ministerio de la imaginación en muy altas esferas, en muy escogida compa?ía... Vemos con harta frecuencia a las grandes damas en medio de los esplendores de sus palacios, y entrevemos a las diosas tronando sobre sus solios de nubes... Y aun es una de nuestras grandes decepciones, de nuestros grandes dolores caer de pronto desde esas doradas alturas encima de las ronzas de la tierra... Ahí tienes por qué, precisamente en estas cuestiones de matrimonio, son tan graves nuestros errores y tan profundos nuestros desencantos... ?Ay! ?quién lo sabe mejor que yo?... Pues bien, te decía que si hubiese encontrado a la se?orita de Sardonne en todo el brillo de su nacimiento y de su fortuna, conozco demasiado las leyes y las costumbres sociales como para que ni un momento se me hubiera ocurrido aspirar a su mano... Pero, en fin, la veía desgraciada y pobre... y al menos, si no en otro, en el camino de la riqueza me encuentro ya... Aquellas circunstancias venían a acortar la distancia entre nosotros... Podía al menos ofrecerla una posición independiente... dar a su hermosura un marco digno de ella... y poco a poco me dejaba ganar por una tentación tan poderosa, precisamente cuando me pareció observar que tu amistad hacia la se?orita de Sardonne tomaba el carácter de más serios sentimientos... Desde ese momento mi línea de conducta estaba trazada... ponerme en fuga...
-Carísimo maestro-interrumpió Pierrepont-, eres un ni?o grande... Todo eso me lo debiste contar... allá... en los... Genets... así te habrías evitado un viaje de ida y vuelta.
-Si diera rienda suelta a mi deseo-replicó el pintor-, ?podría contar, querido marqués, con tu simpatía y tus buenos consejos?
-Simpatía desde luego... Cuanto a consejos, son siempre muy delicados en estas materias... Yo no quisiera verte dar un paso en falso... Ante todo es necesario saber si la se?orita de Sardonne participa de tus ideas.
-Las ignora absolutamente-repuso el pintor.
-?Estás seguro? ?En vuestras largas conversaciones durante la lección de pintura no se te ha escapado nunca alguna palabra que la haya puesto en sospecha?
-Nunca. Era vuestro huésped.
-Eres un caballero. En adelante, por lo que a mí se refiere, quedas en completa libertad de hacer lo que te plazca. No debo ni puedo oponerme a que la se?orita de Sardonne sea dichosa contigo si ella así lo estima.
-Pero, tú que la conoces de hace tanto tiempo, ?crees que acogerá mi demanda, si me atrevo al fin a presentársela?
-En cuanto a eso, no sé qué decirte... ?Es un carácter tan misterioso!... Dicen que en su tiempo tuvo idea de entrar en el convento... Pero eso tal vez fuera a falta de cosa mejor.
-?Y tú tía?
-Mi tía se encuentra muy bien con su lectriz... Así es que por su parte no debes aguardar muchos entusiasmos... pero no tiene ninguna autoridad legal sobre Beatriz, quien depende en ese punto únicamente de su tutor, cierto antiguo amigo de su padre, amigo por a?adidura muy indiferente... De modo que concluirá por decir amén a lo que a ella se le antoje.
Hubo un corto silencio.
-?Crees-preguntó Jacques-que Beatriz querrá a mi hija, que se portará bien con ella?
-?Por qué suponer lo contrario?
-?Es verdad!... ?De manera que tu tía me permite que lleve la ni?a a los Genets?
-No sólo lo permite, lo desea.
De nuevo quedaron en silencio.
-Y bien, querido maestro, ?es cuanto deseas que yo te diga?
-Eso es todo... Te estoy sumamente agradecido... ?Quieres darme tu dirección en Inglaterra?
Pierrepont se levantó, y escribiendo dos líneas en una de sus tarjetas, la entregó a Fabrice.
-?Ahí tienes! Batsford-Park, Moreton in Marsh, Woorcester... ?Adiós! ?Hasta la vista!
-?Te vas esta tarde?
-Esta tarde... sí... ?Ea, hasta la vista!
Diéronse la mano y se separaron.
únicamente por un esfuerzo de voluntad y altivez pudo el marqués seguir hasta el fin la narrada conversación que fue para él interminable suplicio, y tanto, que más de una vez tuvo que hacer un llamamiento a su razón para no acusar a Fabrice de verdugo, despiadado e irónico... En vano le había afirmado el artista con palmaria sinceridad que Beatriz ignoraba su pasión; ?qué sabía el pintor? Las mujeres tienen en esos asuntos un don de doble vista sorprendente, y sobre todo con los pobres de espíritu a la manera de Jacques Fabrice; tal vez la causa verdadera de la negativa que Pierrepont había sufrido estribaba en ese amor que ella vislumbraba y que se sentía inclinada a compartir desde el momento que se le confesase.
Dada la reputación que Jacques disfrutaba, era notorio que la puerta de las grandes riquezas quedaba abierta para él, y, en ese caso, podía contar con una pingüe renta para lo sucesivo: quizás era ése el mayor atractivo para una muchacha criada en el lujo y ahora sumida en enojosas privaciones a que le tardaba poner fin.
En suma, aun haciendo lo posible para persuadirse de que sus temores eran quiméricos y de que su rival encontraría a Beatriz tan inflexible como se le presentara Pedro a él mismo, no podía éste defenderse contra las angustias punzantes ni las locas injusticias de los celos.
Casi se sentía inclinado a reprochar el leal comportamiento de Fabrice ante cuya lealtad veíase obligado a inclinarse, cuando él se hubiera creído dichoso en poderle arrojar al rostro cualquier sangriento ultraje.
Era, pues, ?ay!, con sentimientos vecinos al odio que se alejaba del amigo de su juventud.
Este, por su lado, guardaba de la conferencia una impresión equívoca y penosa, porque el lenguaje cortés y la casi impasible fisonomía del marqués no habían sido parte a disimularle la especie de embarazo y de frialdad con que aquél acogió su confidencia.
Pedro, después de haber meditado sobre ese capítulo, acabó por explicarse tal reserva merced a una razón que parecía verosímil: sin duda hubo al principio de parte de Pierrepont, dados sus antecedentes y opiniones, disgusto y extra?eza al considerar cómo un nombre de los humildes orígenes de Jacques se atrevía a poner sus ojos en una joven de elevada cuna, que era al mismo tiempo casi una parienta del marqués, porque ya en más de una ocasión, aun en medio de su franca amistad, había advertido Fabrice cómo tras del amable dilettantismo de Pedro asomaba en ocasiones una punta de protección aristocrática, cual si su amigo pretendiese arrogarse con respecto a él el papel de Mecenas. El artista sonreía, como un sabio y un justo que era, absolviendo esas debilidades radicadas en la levadura humana, peque?eces al fin que excusaba de buena voluntad por cuanto conocía cuan grande y noble fuese, a pesar de ellas, el alma de su amigo.
En la tarde misma de aquel memorable día de la entrevista, escribió Fabrice a la se?ora de Montauron dándole gracias por sus atenciones, y al día siguiente llegaba a los Genets acompa?ado de su hija Marcelita.